Mundos

junio 30 de 2012
HABÍA TANTAS HISTORIAS, TANTAS LUCES



Llovía. Todo era tan claro y tan hermoso. Las nubes habían cubierto por completo el cielo.
Los carros se acumulaban en la calle. Iba uno tras otro, uniéndose a esa inmensa cadena de luces intermitentes.
Perfecto.
Lo veía todo detrás de esa gran ventana, rodeada de sillones de todas formas y colores, al lado de aquella antigua mesa que sé tendría miles de historias que contar.
Frente a mí aquel café con tan pocas personas, pero entre todas ellas había una pareja. Nada interesante. Tenían el escenario perfecto. Lluvia, un café en las manos, la persona que amaban al lado, y simplemente no irradiaban esa felicidad, esa cosa que te hace querer seguir observando, que te hace preguntarte ¿de qué hablarán? ¿Qué tan dulce será su silencio?
Simplemente no había historia.
En el piso de arriba se encontraba el carrousel.
Daba tantas vueltas. Imaginaba risas, incluso personas como yo, simplemente observando la lluvia, imaginando historias ajenas.
Seguí caminando, fantaseando. Veía personas caminar sin sombrilla, corriendo, como si acaso eso fuera a hacer que se mojaran menos.
Veía otras riendo, tal vez de cómo se siente la lluvia cuando toca nuestros rostros.
Volteé la vista hacia adentro, y bajé mi mirada. Veía una lámpara por arriba; iluminaba a personas que estaban comiendo. Su luz era tenue, mínima, y era como si dentro de ella se vieran capturadas tantas historias, tanta calidez y experiencias incontables.
Seguía moviéndome, pensando en todo aquello.
Llegué a la librería, rodeada de tantos mundos que, al igual que el mío, habían soñado.
Seguía volteando, esperando a que el pensamiento que me acompañó durante todas mis ensoñaciones se apareciera. Pero no lo hizo. No debía. Sólo fue una chispa de esperanza.
Salimos y era tarde. La luna ya se encontraba en lo alto del cielo. La veía, cubierta por las nubes. Se veía tan humilde, regalándole a los soñadores como yo todo un mundo.

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